La profundidad de la misericordia de Dios

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Me pregunto a menudo cómo Teresa pudo comprender con tal agudeza el corazón de Dios y fascinarse por su misericordia.

Me parece que la respuesta es sencilla: Dios le hizo comprender hasta qué punto la amaba y cómo deseaba ser amado de ella.

Jesús le ha dado la gracia de comprender más que nunca cómo desea ser amado.

Esta luz fue para Teresa de una intensidad deslumbradora. En otras palabras, ha visto el rostro de misericordia de Dios.

Pienso a menudo en ella cuando leo las palabras de Silvano del monte Athos: «El Señor es misericordioso; mi alma lo sabe, pero no es posible describirlo con palabras. Es infinitamente dulce y humilde, y si el alma le ve, se transforma en él, se hace todo amor para con el prójimo, se hace humilde y dulce también ella» (Espiritualidad rusa).

La única salida para comprender la misericordia de Dios es tener con él una cierta connaturalidad, una cierta afinidad que nos hace cómplices de sus deseos y de sus costumbres. Cuando nos parecemos a alguien, adivinamos fácilmente lo que va a pensar y hacer.

Si Teresa ha tenido el instinto de la misericordia de Dios, es porque el amor misericordioso de Dios ha invadido su corazón por el fondo. Desde que la caridad de Dios se ha hecho un poco ardiente en ella y la ha consumido, ha saboreado la misericordia que le ha hecho presentir esta locura de la Cruz.

Tenemos que terminar, pero sobre este tema de la misericordia, que es inagotable, se podría decir lo que Teresa dice en sus deseos: «¡Jesús, Jesús! Si fuese a escribir todos mis deseos tendrías que prestarme tu libro de la vida; en él están consignadas las acciones de todos los santos, y ésas son las acciones que yo quisiera realizar por ti… (Ms.B, F3ro). (Lafrance J, Mi vocación es el amor).