Necesidad de la oración

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San Marcos, el evangelista, escribió: «Muy de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí estuvo rezando» (Mc 1,35). Fijémonos en ese detalle: «cuando todavía estaba muy oscuro», es decir, que todavía era de noche. Cristo deseoso de orar se despojaba de su propio sueño. Y nuevamente asombrados, desearíamos preguntarle: « ¿De verdad, Señor, necesitas tanto esa oración que tienes que dedicarle parte de la noche a costa de tu salud?». La jornada de trabajo apostólico de Jesús era agotadora. También por la noche llegaba gente de la ciudad o de sus alrededores, llevándole enfermos y poseídos. Es difícil decir cuándo terminaba su trabajo cotidiano, posiblemente a medianoche, ya que la gente no quería dejarlo. Y después de un día y una noche tan extenuantes, Jesús aún se despojaba de parte de su corto sueño. Cuando hablamos del asedio del que era objeto Jesús de manera constante, debemos hacer hincapié, asimismo, en que este asedio estaba estrechamente ligado a su aislamiento durante la oración. Y en esto está escondida una indicación muy importante para ti: para que el asedio que sufras por parte de la gente pueda ser fructífero, primero tienes que aprender a estar en la soledad, tienes que aprender a valorar los momentos de desierto en tu vida. Hay que ver el gran valor que esto desempeñó en la vida de los santos. Baste recordar la gran necesidad de soledad en el desierto que tuvo Juan el Bautista; o cuan decisivo fue el período en Manresa en la vida de san Ignacio de Loyola; o en la ermita de Subiaco en la de san Benito. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe).