Cuando en el curso del día quiero averiguar el estado de mi alma, esto es, hacer mi examen, me contento con este único golpe de vista, bien dirigido al centro del corazón. ¿Cómo voy? me pregunto, y en el acto veo mi interior. Corrijo y enderezo si hay algo que corregir y enderezar, y si todo va bien, me humillo y doy gracias a Dios. Y esto puedo hacerlo todos los instantes, millares de veces en un día. Es un acto sencillísimo; basta una mirada al corazón. Este simple golpe de vista produce grandes efectos, pues mantiene o restablece, según los casos, en la única vía y dirige al único fin la resultante de las fuerzas del corazón. Y de hecho nada se le escapa, puesto que se apodera del centro de todo. ¿Qué necesidad tengo de preocuparme de los otros detalles? No tengo que cortar las ramas del árbol cuando el mismo árbol está cortado, ni tengo que seguir el curso de los arroyos cuando estoy en la fuente de donde nacen. Cuando por los cien pequeños agujeros de una regadera salta el agua como de un surtidor, ¿no sería un trabajo largo y penoso ir cerrando, uno tras otro, todos los agujeros para suprimir dicho surtidor? Y si un poco más abajo hubiera una llave que bastaría cerrar para suprimir de un solo golpe la salida del agua, sería insensato fatigarse en cerrar los pequeños agujeros, tanto más cuanto que nos expondríamos a que volvieran a abrirse unos a medida que cerrábamos otros. El que en su examen se detiene en detalles y en lo externo pierde el tiempo cerrando pequeños agujeros…, el golpe de vista interior cierra la llave del agua… Detenerse en detalles y en lo exterior es permanecer en la circunferencia y obrar en la superficie del alma. Yo voy al centro y abarco mi alma entera cuando echo este golpe de vista profundo sobre la disposición dominante. (José Tissot, La vida interior)