Dios nos libre de decir exageraciones o paradojas; pero involuntariamente acuden a nuestra memoria las palabras de un obispo a unos misioneros que se lamentaban de los pecados con que se tropezaban en su ministerio: «¿Cuál sería vuestra razón de ser si no hubiera pecadores?» Permitid que os lo repitamos, Salvador nuestro Jesucristo, Sacerdote eterno: ¿Cuál sería la razón de ser de vuestra vida mortal y de vuestros inauditos sufrimientos, y para qué servirían vuestros sacramentos y vuestra Iglesia, si no hubiera pecados que perdonar? ¿Qué haríais de vuestra misericordia, si no hubiera miserables? La alegría y el honor que el enfermo proporciona al médico a quien le confía sus llagas y su confianza en la curación, es la misma que el pecador le proporciona al divino Samaritano, ofreciéndole sus pecados para que los cure. Si bien Dios ha sido ofendido por la falta, el Salvador es glorificado por el perdón, que la destruye. Verdaderamente que parece, a juzgar por los favores con que inunda a los pródigos que a Él vuelven, que quiere darles las gracias por haberle proporcionado la ocasión de satisfacer sus deseos y las necesidades de su clemencia. (José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)