Una caída en el pecado, incluso en pecado grave, no puede causar asombro más que en el Cielo, donde estas caídas son imposibles. Aquí abajo no hay lugar para la sorpresa, como no lo hay cuando vemos que se escapa el líquido de un tonel abierto. Digámoslo de paso: ¡Cuánta comprensión tendríamos con nuestros hermanos si meditásemos bien estos consejos! Nos identificaríamos así con la inefable paciencia de Aquél que, antes de investir a sus Apóstoles con el poder de perdonar los pecados, les recomendaba que perdonasen no siete veces, sino setenta veces siete. (José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)