Un día en que Celina, la hermana de Sta. Teresa, entraba en la celda de su hermana, la encontró rezando el «Pater», con un gran recogimiento. Y en sus ojos brillaban las lágrimas. Y añade: «Amó a Dios como un niño querido ama a su padre, con demostraciones de ternura increíbles. Durante su enfermedad llegó a no hablar más que de él, tomó una palabra por otra y le llamó ‘papá’. Nos echamos a reír, pero ella replicó toda emocionada: ¡Oh, sí, el es en verdad mi ‘papá’! ¡Y qué dulce es para mí darle ese nombre!» (C v R III, 33). Se piensa naturalmente aquí en lo que dice san Pablo en la carta a los Romanos: «Recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: «¡Abba, Padre!» (Rom 8,15). «Es la palabra familiar del niño, «Papá’, desconocido en el vocabulario religioso del judaísmo, es la expresión de la intimidad filial, llena de familiaridad y de ternura de Jesús y de su Padre» (T.O.B. Nota Z). En el fondo, en su oración, Teresa persigue el diálogo de Jesús con su Padre, a propósito de todos los hombres. Y el fondo de su oración lo constituye una sola palabra «Padre», que aflora en su conciencia como en la de Jesús, en toda ocasión: «Padre te doy gracias por haberme escuchado… Padre, te bendigo por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los hábiles… Padre, te alabo… (Lafrance J, Mi vocación es el amor).