¿Por qué dudaste?

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Con mucha frecuencia, la Palabra de Dios, que es viva y eficaz, me ofrece la solución a los cuestionamientos o problemas que me aquejan en un momento preciso.

Cristo camina sobre el agua y al acercarse a la barca de los apóstoles le pide a Pedro que camine hacia Él. El discípulo lo hace pero al sentir el viento es invadido por el miedo y comienza a hundirse.

Después de vivencias espirituales ricas o experiencias profundas del amor de Dios, todo nos parece fácil. Caminamos sobre el agua seguros de que nada “podrá apartarnos del amor de Dios”. Y de manera simple comenzamos a confiar demasiado en nuestras propias fuerzas.

Esta situación no pasa desapercibida por el demonio quien con un simple “viento” nos coloca en una posición en la que la fe se convierte en incertidumbre y la esperanza en miedo. De pronto nos encontramos dudando de lo que hacía unos momentos creíamos sin titubear. Nuestras seguridades desaparecen y comenzamos a hundirnos.

Cristo le dice a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”

Es una frase fuerte, pero en lo personal creo que lejos de ser una dura recriminación o un juicio severo, se trata de una simple pregunta que un Padre lleno de amor le hace a su querido hijo al darse cuenta que dejó de escucharlo.

Cristo conocía a Pedro, sabía de qué madera estaba hecho su pescador. No le reclama su propia debilidad, que Él conoce de sobra, pero sí le cuestiona que no haya creído en la omnipotencia de su Señor. Pedro olvidó que él no podía nada, pero Dios lo puede todo.

En los periodos de intenso combate espiritual, llegamos a enfocarnos demasiado en nosotros mismos y en la propia lucha. Percatarnos de nuestra incapacidad para vivir de acuerdo al Evangelio y de los francos descalabros al intentar seguir la voluntad de Dios, es el terreno donde germina la semilla de la duda que siembra el enemigo. Uno debería superar rápidamente y con humildad el remordimiento y acudir a la confesión. De otro modo, permaneceremos irremediablemente sumidos en un sentimiento de culpa y auto-compasión que nos pueden hacer creer que somos incapaces de la redención, incapaces del cielo, incapaces de Dios. Nada peor que el desánimo y la desesperanza. No hay peor ofensa que desconfiar de la misericordia de Dios.

¿Por qué habría de dudar, después de saber que Cristo triunfó una vez y para siempre, sobre el pecado y sobre la muerte?

 


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P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)