Ante tus ojos, Señor, presentamos nuestras culpas, y te mostramos las heridas que hemos recibido.
Si paramos mientes en el mal que hemos hecho, es nada lo que padecemos, muchas mayores penas merecemos.
Muy grandes han sido nuestros pecados, muy ligera la pena que por ellos padecemos.
Harto sentimos el dolor de haber pecado, pero no evitamos la pertinacia en el pecar.
En tus castigos es triturada nuestra flaqueza, pero nuestra iniquidad no hace mudanza.
El alma es torturada en la aflicción y no queremos bajar la cabeza.
Es quejumbrosa de dolor nuestra vida, y en el obrar no se enmienda.
Si nos aguardas, no nos corregimos. Si por derecho te vengas, todo se acabó para nosotros.
En el castigo confesamos lo que hicimos; después de tu visitación, olvidamos lo que hemos llorado, Si alargas la mano, prometemos hacer; si detienes la espada, no cumplimos las promesas.
Si nos hieres, clamamos que nos perdones; si nos perdonas, de nuevo te provocamos a herir.
He aquí, Señor, que nos confesamos reos, Sabemos que, si tú no nos perdonas, estamos perdidos y perdidos justamente.
Accede, oh Padre omnipotente, a nuestros ruegos, vacíos de todo merecimiento.
Tú que hiciste de la nada a los que te imploran. Por nuestro Señor Jesucristo. Así sea.