Cuánta es vuestra dicha, oh flores, que estáis
de Jesús tan cercanas noche y día,
siempre a su lado, nunca lo dejáis
hasta morir así en su compañía.
Si en tan bello lugar, de que gozáis,
fijar pudiera la morada mía,
¡oh! qué suerte y qué honor habría hallado
finar la vida de mi Vida al lado.
¡Qué ventura la vuestra que así ardiendo
honráis, cirios, al vuestro y mi Señor!
Cual vosotros un día estar luciendo
quisiera mi alma, hecha luz y ardor;
y cual os vais vosotros derritiendo,
derretirme quisiera yo de amor.
¡Cuánto os envidio y qué contento habría
con la vuestra en trocar la suerte mía!
¡Vaso sagrado, tú más venturoso!
en ti se esconde y enciérrase mi Amado.
¡Quién más noble que tú, quién más dichoso,
si de asilo a mi Dios has sido dado!
¡Oh si fuese tu oficio tan hermoso
sólo un día a mi pecho encomendado,
todo fuego y amor fuera mi pecho,
del fuego y del Amor morada hecho!
¡Ay qué vaso, qué cirios, ay qué flores!
Más que la vuestra estimo mi ventura
cuando viene el Amor de mis amores,
lleno, a mí, de piedad y de ternura,
y recibo de pan bajo sabores
a mi bien y mi Dios yo, vil criatura.
¿Cómo entonces no muero y me enamoro,
pues todo mío se hace mi tesoro?
Alma, ve, anda y de tu Luz amada,
cual mariposa, siempre en redor gira;
vete de fe y amor toda inflamada,
y a vista del Amado, arde y suspira.
Y después, cuando llegue la hora ansiada,
en que a ti se da Aquel que el cielo admira,
estréchalo contigo y con fervor
dile que otra cosa no quieres sino amor.