«Mis palabras no pasarán»

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XXXIII Domingo, T.O. “B”
(Dn 12, 1-3; Sal 15; Hbr 10, 11-14.18; Mc 13, 24-32)

Para comprender la selección de los textos que nos propone hoy la Iglesia, debemos situarnos en el calendario litúrgico. Los matices apocalípticos que se perciben en las diferentes lecturas se deben a que se está culminando el Año Litúrgico, y al ser final de ciclo, se alude también al final de los tiempos.

Nos ha podido extrañar la llamada del papa Francisco a invocar la protección del arcángel san Miguel como defensor de la Iglesia. Las Escrituras nos revelan la fuerza del ser celeste en la lucha que se entabla contra los poderes del mal: “Por aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo”.

No se nos oculta el momento que vivimos, tiempo que puede presentirse difícil. Sin embargo, nunca la Iglesia tiene miedo de perecer; sabe que el Señor es su valedor y sus ángeles, sus defensores. Francisco cree en la fuerza de la oración y en la mediación favorable de los ángeles, de los santos, y sobre todo de la Virgen María.

El salmista expresa el sentimiento del creyente: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré”. Y el autor de la Carta a los Hebreos sabe bien  quién será el vencedor: “Cristo está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.” La Iglesia y el Papa no se apartan de esta certeza, que da la fe.

El Evangelio es contundente a la hora de afirmar quién tiene  la última palabra: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Con estos textos, no es por la reacción confiada no es por ingenuidad, ni la esperanza es por falta de realismo, sino por el contrario, la fe nos permite mirar al horizonte de la vida con serenidad y vivir el presente abierto a la Providencia.

Francesc Torralba afirma en su libro “Y, a pesar de todo, creer”: “La fe en el sustento eterno de Dios es una fuente de serenidad. Esta serenidad se adquiere mediante la confianza”, 20). La llamada del papa Francisco a rezar el rosario y la plegaria mariana más antigua a la Virgen María, y a invocar al arcángel san Miguel, no significan miedo, sino invitación a entrar en comunión con la dimensión teologal, para no quedar atrapados por lo inmediato, sino acompañados por quienes, aunque invisibles, son nuestros mejores defensores y valedores.

 


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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