Meditación: Lázaro y el hombre rico

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Nunca dejes la oración

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, «C»  (Am 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31)

Lecturas

Así dice el Señor todopoderoso: «¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil; arrellanados en divanes…» (Amós)

«El Señor, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados» (Salmo).

«Te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1Timoteo).

-«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas» (Lucas).

Contemplación

Las lecturas de la liturgia de hoy, que continúan el mensaje del pasado domingo, son una denuncia social, pero sobre todo denuncia íntima, especialmente para quienes nos podemos cobijar en prácticas religiosas un tanto consoladoras o autojustificativas, sin ser solidarios con las necesidades de los más pobres.

El mandamiento principal es amar a Dios y al prójimo, y no se puede separar.  La llamada que hace el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, en el contexto de las lecturas de hoy,  podemos entenderla como exigencia de no contraponer lo social con lo piadoso, y en cambio ser signos cristianos coherentes por guardar el mandamiento íntegro.

Con frecuencia se observa que hay personas muy religiosas poco sensibles a lo social, y personas muy solidarias y comprometidas poco practicantes. No podemos caer en el fariseísmo de creernos cumplidores por practicar la religión o por llevar a cabo acciones u obras sociales. Sólo el Señor es juez del interior de las personas. Sin embargo, debemos reflexionar si nos justificamos a nosotros mismos bien por los actos de piedad, bien por los actos solidarios.

Una revelación muy importante que se deriva de la enseñanza evangélica es que no hay sufrimiento inútil, ni prueba que Dios no valore. El pobre sentado a la puerta del rico, según la parábola, fue llevado al seno de Abraham por haber sufrido mucho en vida. Sin que sirva de excusa de hacer el bien a los que lloran, sufren injusticia, padecen… Lo que se nos revela es la ternura de Dios hacia los que han sido abandonados y despreciados, ellos serán bienaventurados.

Hay textos bíblicos que no son cómodos, y no debemos ignorarlos, aunque nos duela como aguijón en la carne sentirnos denunciados.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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