XXVII Domingo del tiempo ordinario (Is 5, 1-7; Sal 79; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43)
Meditación
Es tiempo de vendimia en el hemisferio norte, en las tierras anchas de Castilla y de La Rioja, tiempo de cosechar el fruto del esfuerzo, y de cantar, al tiempo de brindar con el primer mosto.
El otoño es un tiempo cálido, colmado de colores y de frutos, cuando se oye y se baila la jota. En este contexto, parece acertada la elección del texto litúrgico: «Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña» (Is 5, 1).
Sin embargo, si no extrapolamos las palabras de las lecturas que hoy se proclaman, al leer o escuchar la parábola de Jesús sobre la viña y los vendimiadores -«Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje…»-, se siente escozor pensando que también nosotros podríamos tener la actitud de quienes se apoderan de lo que no es suyo y llegan a la mayor violencia, aunque sea interiormente.
¡Qué fácil es creer que es propio lo que nos es dado! ¡Qué fácil es pensar que la cosecha nos pertenece, por haberla trabajado, cuando no tendríamos fuerzas, ni tierra que cultivar, si no se hubiera recibido el don de la salud y de los bienes!
Lo peor, en un proceso espiritual, y hasta de maduración humana, es ser pretenciosos, inconscientes, por perecer dominados por la avaricia y el orgullo, actitudes por las que se llega a robar y a matar.
El salmista nos sugiere la mejor respuesta: «Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa» (Sal 79). No podemos caer en el derrotismo de lo insalvable, en el contexto total de la revelación. Jesús, ante el pecado del hombre, la infidelidad de la viña y de los labradores, se convierte Él mismo en el mejor fruto de la vid, y se brinda como el mejor vino: su sangre derramada para perdón de los pecados.
Impresiona al tejer los textos, contemplar que la viña y el fruto de la vid representan a Cristo, para que Dios reciba el obsequio de una cosecha abundante y agradecida.
Surjan el amor y la fidelidad como respuesta a tanta paciencia del Dueño de la viña. Y con las palabras de San Pablo, que «el Dios de la paz estará con vosotros» (Flp 4, 9).
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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