Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: – «El Mesías de Dios.»
Contemplación
La bendición de Dios sobre la casa de David se ha realizado en Jesús. Él es el manantial de agua viva, el torrente que mana del santuario y vuelve dulce las aguas amargas. Jesús se presentará a Sí mismo como agua que salta hasta la vida eterna.
Los bautizados hemos sido lavados en el manantial que brota del costado de Cristo, y gracias a Él hemos recibido la filiación divina. Nuestra carne es de la naturaleza que Jesús llevó. Revestidos de Cristo invocamos a Dios como Padre. El Espíritu Santo nos ha dejado reconocer a quien es la suprema revelación divina.
Como el discípulo Pedro, gracias a la fe que hemos recibido en el bautismo, creemos en Jesucristo, Hijo de Dios, Mesías, nacido de María virgen, anunciado por los profetas, nuestro Señor y Salvador.
Gracias a la fe, pertenecemos a la familia de Jesús, con todos los bautizados, y nos gloriamos de ser miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, hermanos de los santos.
Todas estas verdades se quedan como fórmulas vacías si no tocan el corazón, y podemos especular con ellas, como hicieron los discípulos cuando Jesús les preguntó quién decía la gente que era Él. Y de alguna manera intentaron esquivar la pregunta.
Solo cuando cada uno se siente ante los ojos del Señor que mira a los suyos, y tiene que responder de manera insoslayable, como Simón Pedro, a la pregunta «Y tú, ¿quién dices que soy yo?, y confiesa «Tú eres el Cristo, Tú eres el Hijo de Dios vivo», solo entonces acontece en verdad gustar el don de la fe. En otro pasaje encontramos la pregunta de Jesús al ciego de Siloé: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». El entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.
Propuesta
En la intimidad que te ofrece la lectura personal de esta reflexión, tú puedes profesar con toda tu mente, fuerzas y amor: «Creo en Jesucristo», y sentirás el privilegio de ser creyente, y la necesidad de que otros lleguen al conocimiento de la Verdad.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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