Lecciones de María Inmaculada

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Oración de los novios a la Virgen María.

Misa prefestiva de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

Estimados hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

De la riquísima herencia homilética del cardenal Joseph Ratzinger se me ha quedado impresa una homilía de hace dieciséis años. Era el 8 de diciembre de 1997, la solemnidad de la Inmaculada Concepción y la fiesta patronal de la archi-hermandad de Santa María de la Piedad de los Teutónicos y Flamencos, de las que ambos somos hermanos miembros. Pienso que haremos bien en meditar el profundo y original pensamiento del cardenal-teólogo y del papa Benedicto XVI, también después de su renuncia al ministerio petrino, con respecto al misterio de la Inmaculada.

La esencia de comunión de Dios

El cardenal, en 1997, iniciaba sus reflexiones con la pregunta: ¿Qué significa para nuestra fe que la Madre de Jesús es la «Inmaculada»? En seguida contesta en modo sorprendente: «La «Inmaculada» sencillamente quiere decir que María es una persona que corresponde en modo ilimitado a la idea que Dios tiene de ella. El ser «inmaculado» significa ser completamente transparente para Dios. La Inmaculada es una persona que sin límites es aquello que el hombre debería ser según su esencia: imagen de Dios. En María la imagen de Dios para nada está desfigurada o alterada,no está manchada o sucia. Su vida deja transparentar a Dios en un modo ilimitado, ella es totalmente transparente para Él».
De esta respuesta nace la segunda pregunta: Pero ¿quién o cómo es Dios? Y el cardenal contesta: «La respuesta más profunda y pura nos la ha dado el evangelista Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Porque Dios es amor, por eso no es un solitario, sino que es un Dios trinitario que se comunica a sí mismo, que habla de sí y que se crea autónomamente el espacio eterno del amor entre Padre, Hijo y Espíritu Santo».

De esta identidad de comunión de Dios se desprende que Él quiere comunicarse, quiere «derramarse» en modo abundante. Por este deseo, Él dio la vida a la creación, que transmite y refleja su belleza y bondad. Dios ama y puede ser amado. De esta «identidad» se deriva otra peculiaridad de Dios, que el cardenal Ratzinger presenta con las palabras de Moisés en el libro del Éxodo: «He visto la opresión de mi pueblo […] y he oído sus quejas […]. He bajado a librarlo» (cfr. Éx 3,7s.). «Porque Dios es amor, por ello sufre con nosotros, él es el compasivo que no se retira en sí mismo, sino que sale de sí y entra en el sufrimiento de los hombres. El Dios que es amor va precisamente a aquellos lugares donde el mundo es más triste, más manchado, más miserable, donde se eleva más el grito de la miseria, donde hay más necesidad de amor».

El miedo del hombre ante el amor de Dios

Ocho años más tarde – el 8 de diciembre de 2005 – el cardenal Ratzinger, ya convertido en papa Benedicto XVI, tendrá de nuevo una homilía en la solemnidad de hoy, que ha llegado a ser la única en sus casi ocho años de pontificado. El Papa se dedica en modo particular a la respuesta del hombre ante el ofrecimiento de amor de Dios.

Meditando sobre la imagen de la serpiente, que vemos en la primera lectura tomada del Libro del Génesis (cfr. Gén 3,9-15.20), el papa Benedicto XVI afirma que en este texto bíblico se predice que la lucha entre el hombre y la serpiente, es decir entre el hombre y los poderes del mal y de la muerte perdura para toda la historia. Así, uno comienza a entender lo que significa el pecado original, el pecado hereditario, y también lo que es la tutela de este pecado hereditario, lo que es la redención.

Hasta nuestro tiempo, constatamos que el hombre no se fía de Dios, porque es tentado por las palabras de la serpiente (cfr. Gén 3,5). El hombre teme, a fin de cuentas, que Dios le quite algo de su vida, que Dios sea su competidor que limita su libertad. Por ello cree que, sólo poniendo a Dios de lado, será plenamente libre. Él sospecha que el amor de Dios cree una dependencia y por ello no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida.

El hombre mismo quiere tomar del árbol del conocimiento y plasmar el mundo, hacerse dios elevándose al nivel de Él, y vencer con las propias fuerzas la muerte y las tinieblas. El hombre no quiere contar con el amor de Dios, sino confiar sólo en su conocimiento, pues le da el poder. Él se fía del poder y no del amor, y así toma su vida en modo autónomo en sus manos. Actuando así, se fía antes de la mentira que de la verdad, haciendo que su vida caiga en el vacío, en la muerte.

En cambio, el amor de Dios no crea una dependencia sino que es un don que hace vivir. El hombre vive en el mundo justo si vive según la verdad de su ser, es decir según la voluntad de Dios, que no es una ley impuesta desde afuera sino la medida intrínseca de su naturaleza, una medida inscrita en él que lo convierte en imagen de Dios y con ello una criatura libre.

El papa Benedicto XVI reafirma que el Libro del Génesis no sólo habla del pasado, sino también del presente. Todos nosotros llevamos dentro de nosotros una «gota del veneno» de este modo de pensar, y esta «gota» se llama pecado original. Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción emerge la sospecha de que si el hombre no peca, le falta algo a su verdadero ser de hombre, que sin el pecado le falta a la persona humana el dramatismo de su ser autónomo, que implica el poder decir no y el querer actuar solo. Pensamos que sólo así se puede disfrutar de lleno la existencia, poniendo a la prueba la libertad contra Dios. Y el Papa resume: «Nosotros pensamos que el mal en el fondo es bueno, que necesitamos al menos un poco de él para experimentar la plenitud del ser».

El modelo de María como «llena de gracia»

Ya en su homilía de 1997, el cardenal Ratzinger afirmaba que la respuesta de María, de la «llena de gracia», es todo lo contrario comparado con este tipo del pensar y actuar. Meditando en la respuesta de María a las palabras del ángel Gabriel («Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo») se reconoce el «anti-modelo» del hombre «autónomo» apenas descrito, es decir María acepta libremente la gracia ofrecida por Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

Papa Benedicto XVI recuerda que ya en el pasaje del Libro del Génesis «se preanuncia también que «la estirpe» de la mujer vencerá un día y aplastará la cabeza a la serpiente, la muerte; se preanuncia que la estirpe de la mujer – y en ella la mujer y la madre de ésta – vencerá y así, por medio del hombre, Dios vencerá». ¡Este anuncio se ha realizado plenamente en María!

Para acercarnos más al concepto de la gracia, el cardenal continúa la explicación de San Pablo en la segunda lectura sacada de la Carta a los Efesios (Ef 1,3-6.11-12). Todos los creyentes son descritos en este pasaje con las palabras «sancti et immaculati». Todos los creyentes deben dirigirse hacia la verdadera esencia de la Iglesia que se ha realizado en María. El significado de ser inmaculados, es decir lo que en el último sentido es la gracia, San Pablo lo explica con las palabras «in conspectu Dei stare, in caritate», estar «ante él por el amor» (Ef 1,4). Esto significa: estar en el amor ante el rostro de Dios, estar bajo la mirada de Dios y mirarle a Él.

La gracia es ser mirado por Dios, es el dejarse mirar por Él, y el ponerse en su luz. La gracia es relación, es la mirada recíproca entre Dios y el hombre. Tal relación no es algo exterior para el hombre, sino que le toca en lo más profundo y lo transforma porque es una fuerza creativa. Estar bajo la mirada de Dios, significa ser mirado y tocado por su amor. El amor no se puede producir por sí mismo, sino que nace porque entró en nosotros de lo alto y se despierta en nosotros mismos.

María es la persona que se ha puesto ante la mirada de Dios sin miedo y en modo humilde y creyente, convirtiéndose así en el camino de su vida. María nos llama en este día y ofrece a la fiesta de hoy su verdadero significado diciendo: ¡Déjate mirar por Dios! No debes tener miedo de que Él no exista o de que pueda encontrarse lejos de nosotros, de que no quiera o no pueda mirar en la realidad de este mundo. No tengas miedo de que su mirada te pueda quitar tus pequeñas libertades, no tengas miedo de que pueda ser peligroso encontrarse bajo su mirada.

Recordemos que Adán ya no quería que Dios le mirara, porque ya no le consideraba un amigo sino como un competidor (cfr. Gén 3,8). En modo similar tememos que Dios nos pueda quitar la parte más hermosa y feliz de nuestra vida, nos sentimos amenazados por su mirada. hombre «autónomo» apenas descrito, es decir María acepta libremente la gracia ofrecida por Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Papa Benedicto XVI recuerda que ya en el pasaje del Libro del Génesis «se preanuncia también que «la estirpe» de la mujer vencerá un día y aplastará la cabeza a la serpiente, la muerte; se preanuncia que la estirpe de la mujer – y en ella la mujer y la madre de ésta – vencerá y así, por medio del hombre, Dios vencerá». ¡Este anuncio se ha realizado plenamente en María!

Para acercarnos más al concepto de la gracia, el cardenal continúa la explicación de San Pablo en la segunda lectura sacada de la Carta a los Efesios (Ef 1,3-6.11-12). Todos los creyentes son descritos en este pasaje con las palabras «sancti et immaculati». Todos los creyentes deben dirigirse hacia la verdadera esencia de la Iglesia que se ha realizado en María. El significado de ser inmaculados, es decir lo que en el último sentido es la gracia, San Pablo lo explica con las palabras «in conspectu Dei stare, in caritate», estar «ante él por el amor» (Ef 1,4). Esto significa: estar en el amor ante el rostro de Dios, estar bajo la mirada de Dios y mirarle a Él.

La gracia es ser mirado por Dios, es el dejarse mirar por Él, y el ponerse en su luz. La gracia es relación, es la mirada recíproca entre Dios y el hombre. Tal relación no es algo exterior para el hombre, sino que le toca en lo más profundo y lo transforma porque es una fuerza creativa. Estar bajo la mirada de Dios, significa ser mirado y tocado por su amor. El amor no se puede producir por sí mismo, sino que nace porque entró en nosotros de lo alto y se despierta en nosotros mismos.
María es la persona que se ha puesto ante la mirada de Dios sin miedo y en modo humilde y creyente, convirtiéndose así en el camino de su vida. María nos llama en este día y ofrece a la fiesta de hoy su verdadero significado diciendo: ¡Déjate mirar por Dios! No debes tener miedo de que Él no exista o de que pueda encontrarse lejos de nosotros, de que no quiera o no pueda mirar en la realidad de este mundo. No tengas miedo de que su mirada te pueda quitar tus pequeñas libertades, no tengas miedo de que pueda ser peligroso encontrarse bajo su mirada.

Recordemos que Adán ya no quería que Dios le mirara, porque ya no le consideraba un amigo sino como un competidor (cfr. Gén 3,8). En modo similar tememos que Dios nos pueda quitar la parte más hermosa y feliz de nuestra vida, nos sentimos amenazados por su mirada. María, en cambio, nos dice: ¡Fíate de Él! ¡Déjate mirar por Él, porque Él está ahí! Él te mira, y cuando estás bajo su mirada Él te toca, de modo que enseguida lo conocerás y lo seguirás. Justo así y sólo así entra el verdaderamente Grande en tu vida. Así tu vida se hace justa, porque el amor no sólo mira, sino que toca y obra en ti en modo creativo y te hace descubrir la belleza del mundo y la verdad de Dios, también en las personas que sufren.

La solemnidad de la Inmaculada nos recuerda que el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios, no pierde su libertad, sino que la encuentra en todo su sentido, encuentra la vastedad grande y creativa de la libertad del bien. Nos recuerda que el hombre que se dirige hacia Dios no se convierte en más pequeño sino en más grande, se transforma en sí mismo. La confianza en Dios no nos aleja de los demás haciendo que uno se retire en su salvación privada. Sucede todo lo contrario: el corazón se abre, aumenta la sensibilidad, la benevolencia y la apertura hacia los demás.

Es precisamente María la que nos hace ver que el hombre, que está cerca de Dios, está más cerca de los hombres. Por eso, ella puede ser la Madre de toda consolación y ayuda, una Madre a la que cualquiera en cualquier necesidad puede dirigirse en su debilidad y pecado, porque ella tiene comprensión para todo y es para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.
Papa Benedicto XVI concluye su homilía de hace ocho años con las palabras: «Así María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento, de esperanza. Ella se dirige a nosotros y nos dice: ‘¡Ten el valor de arriesgar con Dios! ¡Inténtalo! ¡No le tengas miedo! ¡Ten el valor de arriesgar con la fe… con la bondad… con el corazón puro! ¡Comprométete con Dios, entonces verás que justo así tu vida se hará más amplia e iluminada, no aburrida, sino plena de una infinidad de sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota nunca!’. En este día de fiesta queremos agradecer al Señor por el gran signo de Su bondad que nos ha donado en María, Su Madre y Madre de la Iglesia. Queremos pedirle que ponga a María en nuestro camino como luz que nos ayude a que también nosotros seamos luz y podamos llevar esta luz en las noches de la historia. Amén».

Mons. Josef Clemens, secretario para la Pontificio Consejo para los Laicos

Capilla de «Villa Aurelia»
Roma, 7 de diciembre de 2013, 19.00 horas


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