La Liturgia de la Palabra nos permite encontrarnos con Dios que nos habla en los textos de la Sagrada Escritura. Para escuchar la Palabra se requiere silencio. Sin embargo, no podemos pretender eliminar todo aquello que está en nuestra mente, es decir, nuestras preocupaciones, ilusiones, miedos, pendientes, etc. Es más importante que abandonemos en Dios todo aquello que lleva nuestro corazón y esperemos una respuesta de Él así como el centurión del Evangelio: “Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.” (Mt 8, 8).
Necesidad de silencio
Los pensamientos se convierten en ruido cuando son un monólogo. Sin embargo, si presentas a Dios tus preocupaciones puedes hacer un diálogo con Él. Silenciar el alma es ordenarla en Dios. Por ello, la liturgia de la Palabra es esencial, ya que Dios responde a ese diálogo con los textos de la Sagrada Escritura. Puede ayudarte abandonar en Dios aquello que tiene tu mente y sobre todo tu corazón, esperar de Él una respuesta y escuchar.
Escucha la Palabra que te habla y hablándote te ama. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te consuela y llena tu soledad. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te ilumina y te guía. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te reprende y te permite conocer tu verdad. Escucha la Palabra que te habla y hablándote te convierte, te transforma, te santifica. Escucha la Palabra que te habla y hablándote se te da a sí misma.
Lo que Dios pide de nosotros
Dios, en su Palabra, es exigente. “La Palabra de Dios es más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Heb 4, 12). Nos invita a vivir de modo auténtico.
A la vez, Dios es justo y conoce nuestra pequeñez y miseria. Es por eso que nos da antes lo que nos va a pedir después. Nos pide que acojamos su palabra y la vivamos (Lc 8, 11-15). Junto con el don de su palabra nos da la gracia para cumplirla. Es por eso que su “hágase creador” crea en nosotros la respuesta para que podamos decir, como María, «hágase». “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.” (Is 55, 11).
La Sagrada Escritura nos enseña que la Palabra de Dios es viva y eficaz. (Heb 4, 12). Con una actitud de acogida permitimos que la Palabra sea, en nuestro corazón, viva y eficaz. Dejémonos penetrar y transformar por la Palabra de Dios.
Recomendaciones
Eso no significa que no nos podemos perder ni una frase de la lectura. Dios actúa más allá de nuestra poca o mucha atención. Sin embargo necesita una actitud de apertura y de deseo para que esa Palabra, viva y eficaz, realice su obra en nosotros. “Al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.” (1Ts 2, 13).
Puedes dirigirte a Dios con esta oración antes de comenzar a escuchar su Palabra:
Espíritu divino desciende con tu fuerza creadora a mi corazón. Mira con misericordia mi corazón abierto a tu acción. Permíteme acoger en mi alma a la Palabra de Dios. Que se haga carne en mí y así me transforme en Él. Concédeme vivir mi vida con una actitud de escucha. Que en todo momento te escuche a ti, Palabra del Padre, para vivir de ti y para ti.
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