XVI Domingo del tiempo ordinario (Jer 23, 1-6; Sal 22; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34)
La imagen del pastor en las lecturas
De un tiempo acá, vengo considerando con sobrecogimiento, hasta dónde llega el amor de Dios por cada ser humano, pensamiento que se me reaviva hoy, al hilo de las lecturas que se proclaman en la liturgia dominical.
En esta época posindustrial, quizá no llegamos a sentir la fuerza de las imágenes bíblicas, que tienen que ver con una cultura rural. Sin embargo, los textos son suficientemente explícitos para comprender la revelación del amor divino que contienen.
Si Dios en el Antiguo Testamento se manifestó a su pueblo como pastor que cuida a su rebaño –“Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen” (Jer 23, 4)– y el salmista compone una plegaria esperanzadora: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Sal 22) en el Nuevo Testamento, es Jesús quien personaliza la figura del pastor que se conmueve al ver a la multitud sin guía: “Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma” (Mc 6, 34).
Jesús, pastor y Cordero
La concurrencia de los textos confirma la clave con la que se deben leer las Sagradas Escrituras, siempre desde el acontecimiento de Jesucristo. Y haciéndolo así, nos sorprendemos al contemplar que quien se presenta como el pastor que nos cuida, se entregará como Cordero que nos redime.
Según el Libro Sagrado, el Creador se hace criatura, para decirnos a todos que siempre cabe la esperanza, pues si Dios hizo al hombre, y éste desobedeció y se arriesgó a romper la amistad con su Hacedor, en la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, para que todos los nacidos de mujer recuperaran la amistad con Dios.
Encontramos una imagen semejante a la hora de leer en la Biblia que Dios cuidaba a su pueblo como el labrador cuida su viña preferida, pero ésta, en vez de dar buenas uvas, le da agrazones. El labrador, que pasa por la tentación de destruir la heredad, acaba haciéndose él mismo vid, y su fruto, lo brinda Cristo en la Cena Santa como libación para perdón de los pecados.
El Pastor bueno va a dar su vida por sus ovejas, y la da como Cordero inmolado, sacrificio expiatorio, para que nadie quede fuera de su redil. Ahora se comprende mejor la expresión paulina: “Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca” (Ef 2, 16-17).
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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