“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 23-27).
Comentario
Estamos culminando la cuarentena pascual, y la Liturgia nos ofrece como lectura la despedida de Jesús antes de su Ascensión a los cielos. Entre las muchas promesas que adelanta el Señor a los suyos, está la más importante, el envío del Espíritu Santo, que es el Amor de Dios. Asistidos por el Paráclito estaremos defendidos, pero sobre todo tendremos dentro de nosotros al Inspirador del bien hacer, que nos mantendrá sensibles y atentos para percibir la presencia divina en los acontecimientos.
Imagen: La Palabra
Entre los humanos, se valora mucho a la persona que tiene palabra, que es de fiar en lo que dice porque no engaña. Ser una persona de palabra es la mejor valoración que nos pueden hacer. En cambio, quien miente, engaña, especula, chalanea y juega con medias verdades, pierde la autoridad moral y la fiabilidad. Dios tiene Palabra, da su Palabra, su Palabra se cumple, hace lo que dice, es de fiar. Dios no nos engaña. Jesucristo, Palabra de Dios, ha dado su vida como aval de quien dice verdad, y nos ha prometido el acompañamiento del Espíritu Santo, Quien nos hace hijos de Dios, coherederos con Jesús.
Propuesta
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