«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó; cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10, 30-37).
Comentario
La parábola es un autorretrato de Jesús. Él nos la propone para mostrarnos el trato que debemos tener unos con otros, compasión, misericordia y generosidad.
Jesús, siendo Dios, se compadece del hombre.
En la parábola el Maestro nos anticipa los auxilios con los que nos proveerá para el camino, paradigma de acompañamiento magnánimo y gratuito. Que el samaritano se detenga ante el herido, lo cure con aceite y con vino, lo lleve a la posada, pague por él, son acciones que tienen concurrencia con los sacramentos. Observa que el buen samaritano no espera agradecimiento, presta ayuda y se marcha, y deja todo pagado.
El Aceite, El Vino y La Posada
Con el aceite se curan las heridas, se unge a los profetas y a los reyes; el aceite fortalece para el combate, es combustible para la lámpara.
La alusión al vino concuerda con la Última Cena, con el banquete de bodas, con el brindis amigo de vino añejo.
La posada es refugio, lugar de descanso, y evoca el acompañamiento pascual del Resucitado a los dos discípulos de Emaús.
Todos son términos que concuerdan con el modo en que Jesucristo sigue siendo compañero solidario en nuestra andadura y nos brinda los auxilios que podemos necesitar.
Propuesta
¿Has experimentado el paso providente de quienes se han portado bien contigo?
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