(Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24; 1 Co 7, 29-31; Mc 1, 14-20)
En el contexto de las lecturas que hoy se proclaman, sobresale la llamada a la conversión. Tanto Jonás, como Jesús invitan al cambio de vida y la razón la desvelan todos los textos.
El profeta proclama: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” El apóstol afirma: “El momento es apremiante”. Jesús anuncia: “Está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. “Porque la representación de este mundo se termina”.
Por esta concurrencia se descubre la importancia que tienen las grandes preguntas existenciales: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Para qué estamos en este mundo? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué hay después de la muerte?
Todo ser humano, más pronto o más tarde se enfrenta con las grandes cuestiones, y tomar un modo de vida u otro depende de la respuesta que se dé; puede escogerse el modo de quien sabe que nos espera la eternidad, o el de quien agacha la cabeza y prefiere ignorarlo. Es principio de sabiduría tener presentes las grandes preguntas, para no caminar inconscientes, ensimismados, atrapados por un modo de vida intrascendente.
De aquí la súplica del salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”.
La existencia nos conduce, aunque no queramos, a la experiencia de finitud. Y cada uno tenemos la posibilidad de ir desarrollando la propia llamada, la vocación a la que hemos sido invitados.
Siempre sorprende la respuesta radical de los primeros discípulos, pero se debe entender que de algo conocerían al Señor. No se pude, de repente, dejar el trabajo y a la familia, sin saber a quién sigues.
Aun en el caso de una conversión al estilo paulino, todo debe llevar su proceso, si no se quiere después dudar de la decisión tomada.
¿Detrás de qué o de quién caminas?
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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