“Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él” (Mc 1, 16-20).
COMENTARIO
El Cuarto Evangelio narra cómo los discípulos de Juan el Bautista se hicieron voceros de la identidad de Jesús, el Cordero de Dios, y difundieron entre los suyos el encuentro que tuvieron con el Mesías. Hoy, la Liturgia de la Palabra nos ofrece el relato del Evangelio de san Marcos, en el que Jesús llama a los primeros discípulos.
Más allá de apreciar en el relato el proceso compendiado de una vocación, según el texto evangélico, lo que importa es advertir que la llamada no se inventa, sino que se recibe, generalmente a través de mediaciones, como cuenta san Juan.
Hoy se celebra en muchos lugares la Virgen de la Paz. Precisamente una señal que confirma que algo es de Dios es la paz, debe convivir con la paz interior. No sirve desear una vocación, sino obedecer aquella que cada uno recibe. Solo la llamada que Dios hace va acompañada por la capacidad de responder.
Si cabe interpretar la vocación como la llamada a una forma de vida cristiana, todos los seres humanos recibimos la llamada a la vida, y también a la muerte. Los grandes momentos de la existencia están ungidos con la fuerza de Dios. El ejemplo de los primeros discípulos de dejar barca, redes y familia, no solo es aplicable al seguimiento evangélico, sucede radicalmente en el momento de cruzar a la otra orilla. Y esta llamada no solo la tienen los que se van, sino también los que nos quedamos y sentimos el despojo de los seres queridos.
Es tiempo recio. La pandemia sigue dando sus zarpazos, y en medio de circunstancias aciagas, cabe hacer de la contrariedad virtud, y asumir los hechos de manera trascendente, como hizo Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Job 1, 21).
Quienes permanecemos en este mundo debemos consolarnos con palabras de fe y seguir la llamada de la existencia confiados. “Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.” (1Ts 4, 18)
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web) El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.