Todos hemos experimentado la carga de significado que tiene una palmada en la espalda o un fuerte abrazo por parte de un buen amigo en un momento difícil, un apretón de manos unido a una mirada profunda sin necesidad de palabras, un ramo de flores de un esposo a su mujer en el aniversario de bodas… Los gestos dan cuerpo a nuestras palabras y afectos, son un vehículo de comunicación. Un gesto sincero dice más que mil palabras, está lleno de expresividad. Por lo demás, el gesto refuerza las propias ideas, actitudes y palabras: lo que conoce la inteligencia nos llega primero por los sentidos.
El símbolo del incienso
Hoy hice mi oración en la Ermita del Sagrado Corazón, pues vine a Chilapa a impartir un taller de oración a un grupo de chicas de Veracruz (al final del artículo incluyo algunas fotos), y me hizo mucho bien mi encuentro con Jesucristo valiéndome del símbolo del incienso. Quiero ahora compartírselo como ejemplo de cómo un símbolo o un gesto material puede servir en la oración.
El uso del incienso lo encontramos repetidamente en la Sagrada Escritura; uno de los más significativos para mí es el que aparece en Apocalipsis 8,3-6: «Y vino otro Ángel que se ubicó junto al altar con un incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y el humo de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió desde la mano del Ángel hasta la presencia de Dios. Después el Ángel tomó el incensario, lo llenó con el fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo truenos, gritos, relámpagos y un temblor de tierra. Y los siete Ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas».
La oración es el incienso que más agrada a Dios
La Iglesia es maestra en el uso de elementos tangibles para llevarnos a las realidades sobrenaturales. La liturgia está cargada de símbolos, signos y gestos que nos transportan a verdades y experiencias espirituales; el incienso, entre otros. Al incensar una imagen, no se honra a la imagen sino a lo que ella representa. El incienso es vehículo de nuestros pensamientos y afectos, de nuestra oración: el incienso que más agrada a Dios es nuestra oración.
- El carbón representa nuestro corazón; un corazón ardiente, impregnado por el Fuego del amor Trinitario. Es el corazón el que «quema» la ofrenda, presentamos nuestra oración a Dios desde lo más profundo de nuestro corazón.
- El incienso representa nuestra ofrenda: nuestra acción de gracias, nuestros sacrificios, adoración, súplicas, reparación. La ofrenda se lleva al corazón y desde allí se eleva a Dios.
- El aroma son los afectos que dirigimos a Dios.
- El humo es nuestra oración que se eleva hasta el altar del cielo.
En este caso, el incienso representaba mi acción de gracias por haber tenido oportunidad de acompañar y guiar a este grupo de chicas tan sanas en su vida de oración, y mi súplica por cada una de ellas, para que esta experiencia les haya servido para mejorar su comunicación con Dios y vivir mejor su vida de gracia. El aroma era la ofrenda de las oraciones de quienes participaron en el taller.
Cuando quemamos incienso ante una imagen de Nuestro Señor ¿qué estamos haciendo? A través de gestos exteriores que simbolizan nuestras actitudes interiores estamos elevando a Dios nuestra mente y nuestro corazón. Y una oración así es más bella.
Usemos los símbolos a nuestro favor
Ciertamente hay que tener cuidado para no distraerse con los elementos exteriores, sino todo lo contrario: que los símbolos y gestos nos ayuden a centrar la atención y favorecer el recogimiento.
Les comparto ahora algunas fotos del grupo que participó en el taller de oración de este fin de semana en Chilapa.
Autor, P. Evaristo Sada L.C. (Síguelo en Facebook)
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