Códigos de felicidad – IV Domingo del Tiempo Ordinario

1998
IV domingo del tiempo ordinario

(Sofonías 2, 3; 3, 12-13; Sal 145; 1 Corintios 1, 26-31; Mateo 5, 1-12ª)

Hoy se nos ofrece como mensaje evangélico uno de los textos más emblemáticos, el discurso de Jesús, que pronunció en el monte, a la manera mosaica, dando a conocer el nuevo código. Es en una composición un tanto paralela a la promulgación de los mandamientos.

No obstante las proposiciones de felicidad que hace Jesús, la manera de comprender mejor sus palabras es si las interpretamos como la revelación de su propia identidad. Porque si leemos bienaventuranzas como títulos de bendición, al margen de la vida de Jesús, se hacen totalmente violentas y extrañas. ¿Quién se atreve a decirle al que sufre que está siendo bendecido?

Solo cuando contemplamos que Aquel que tuvo hambre y se dio en comida – “Tomad y comed” -, que quien tuvo sed se dio a Sí mismo como bebida – “Tomad y bebed” – , que el despojado de todo fue quien nos revistió con su túnica, y el que lloró nos ofreció consuelo…, sólo entonces nos podemos sentir ungidos con la posibilidad de asociarnos a la entrega del Maestro y gozar del privilegio de ser de sus discípulos.

He comprendido que Jesús es el Bienaventurado, el que vivió la entrega total y el mayor anonadamiento, pero no como código ético, sino como desbordamiento de amor. Se hizo pobre para enriquecernos a todos.

Y creo que la forma de hacer el bien para no humillar con nuestra acción generosa, no es otra que desde las bienaventuranzas. Es fácil, aunque sea inconscientemente, ejercer las obras de misericordia con protagonismo, como apropiándonos de la situación con instinto vanidoso. Hasta cabe que mentalmente pasemos factura por el bien que hemos hecho.

Hoy Jesús nos enseña la clave evangélica de hacer el bien, no como quien se presenta benefactor, sino como quien camina menesteroso, necesitado y humilde. Esta es la consiga que da hoy el profeta Sofonías: “Buscad al Señor los humildes que cumplís sus mandamientos”. Y el salmista subraya: “El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos”.

Una prueba de cómo y por qué hacemos las cosas es el grado de alegría interior que sentimos, aun en el caso de que no obtengamos el resultado deseado, ni el cumplimiento de nuestros proyectos. En los contratiempos, san Francisco nos invita a la verdadera alegría, que se sustenta solo en Dios.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente. (Consulta aquí su página web)
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