Protegido con el estandarte de la cruz

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La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual, y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército, cambiándolo por la profesión de la milicia c­ristiana y, con la valentía propia de un soldado, repartió ­primero sus bienes entre los pobres, despreciando el de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo.

Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el Árbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires.

Sermón 3, sobre san Jorge, PL 144, 567-571