Ahora mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo. Pensad con cuánta misericordia se hizo hombre por amor de los hombres, con cuánto cuidado procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y dolor ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así como, mirándoos a vos, mirasteis a los prójimos con ojos humanos, así, mirando a Cristo, los miraréis con ojos cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró. Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis de ellos como Él sintió, y veréis con cuánta razón sois vos obligada a sufrir y amar a los prójimos, a los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos.
Suplicad al Señor que os abra los ojos, para que veáis el encendido fuego de amor que en su corazón ardía cuando subió en la cruz por el bien de todos, chicos y grandes, buenos y malos, pasados y presentes y por venir. Y por los mismos que le estaban crucificando. Y pensad que este amor no se le ha resfriado, mas, si la primera muerte no bastara para nuestro remedio, con aquel amor muriera ahora que entonces murió. Y como una sola vez se ofreció al Padre en la cruz corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se ofrece en la voluntad con el mismo amor. Decidme, ¿quién será aquel que pueda ser cruel a los que Cristo es tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta para codiciar mal ni destruición al que ve que Dios le desea todo bien y salvación? No se puede escribir ni decir el amor que se engendra en el corazón del cristiano que mira a sus prójimos, no según lo de fuera así como según riquezas, linaje o parentesco, o otras condiciones semejables, más como unos entrañables pedazos del Cuerpo de Jesucristo, y como cosa conjuntísima a Cristo, con todo linaje de parentesco y amistad. Porque, si según dice el refrán: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can», ¿cuánto os parece que querrá un amador de Cristo a su prójimo, viéndole hecho cuerpo de Él, y que ha dicho el mismo Señor, por su boca, que el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el mismo Señor lo recibe hecho a sí?
Y de aquí viene que conversa el cristiano con sus prójimos con tanto cuidado de no los enojar, y tanta mansedumbre para los sufrir, que le parece que con el mismo Cristo conversa. Y tiénese en su corazón por más esclavo de ellos y más obligado al provecho de ellos, que si por gran suma de dineros fuera de ellos comprado. Porque, mirando el precioso precio que Jesucristo dio por él, derramando su bendita sangre, ofrécese todo en servicio de Cristo, sin querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy gran merced poder en algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y como oye de la boca de él que los prójimos son su esposa y hermanos, y entrañablemente amados de él, ocúpase con grande alegría en provecho de ellos por él, pareciéndole el trabajo pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y trayendo a la contina en su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente mandó, cuando dijo: Mi mandamiento es aqueste, que os améis unos a otros como yo os amé.