Querida hermanita,
En cuanto a lo que me dices te hable de las Carmelitas y…, lo haré para otra carta, pues veo que primero está que te resuelvas a ser de Dios. Después te dirá dónde le debes servir. En todas partes puedes ser santa, con tal que observes perfectamente la Regla.
Me dices que quieres ser la casita de Dios. Me alegro mucho por ello, pues veo por eso que lo quieres. Sor Isabel de la Trinidad decía: «Dios es el cielo y Dios está en mi alma». Luego tenemos el cielo en nuestra alma. Ahora bien, ¿qué se hace en el cielo? Amar, contemplar a Dios y glorificarle. He aquí lo que trataremos de hacer: amarlo antes que a nadie. El que ama siempre piensa en el amado. Nosotras pensemos constantemente en El; pero ya que es esto imposible, al menos pensemos muy a menudo en El. Contemplémosle allí, en el fondo de nuestra alma, unido a nosotras. Contemplémosle orando a su eterno Padre por las almas y por los pecadores, y unámonos a esa divina oración. Contemplémosle trabajando a nuestro lado. Ahora lo miro escribiendo y me uno a El. Contemplémosle -dice santa Teresa- alegre como en el Tabor, si estamos alegres; triste como en el Huerto si estamos tristes; y así en todo. Contemplémosle en las criaturas. Así nos será más fácil tener caridad. Si somos humilladas, lo somos por El. Si somos alabadas, lo somos por El. Si servimos, servimos a El; y así en todo. Así el alma queda simplificada y unida a El; siempre piensa y ve a El. Por último, en el cielo se cantan sus alabanzas y se le glorifica por sus obras; seamos, pues, como Isabel de la Trinidad, alabanza de su gloria. Es decir, obremos todo por amor y siempre lo más perfecto, de manera que, al vernos las demás personas, puedan decir: «qué virtuosa es». Y ¿para quién es la gloria de nuestra virtud sino para Dios, ya que es El el que obra en nosotras? Nada podemos por nosotras mismas. Propongámonos en todo lo que hacemos la gloria de Dios y todo por amor a El; de esta manera nuestras obras serán con pureza, pues obraremos por El en El y para El. Si nuestras obras son puras, nosotras también lo seremos; así nuestro Señor estará contento en nuestras almas. Viviendo así, viviremos vida de cielo en la tierra. Y ¿cómo podremos demostrarle más nuestro amor a Dios que haciéndole encontrar el cielo en la tierra? Dios va a ser pues el dueño de nuestra alma, de nuestra casita. El dueño de casa es el que manda y vela por la casa, y todos le obedecen y se guían por su parecer. Hagámoslo así también nosotras.
En el cielo se hace siempre la voluntad de Dios, ya que N. Señor nos enseñó a decir: «Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo». ¿Quieres que te diga con franqueza que -yo lo sé por experiencia-, si hay algo que le gusta a Dios, es que nos abandonemos, pero completamente, a su divina voluntad; pero de tal manera, mi querida hermanita, que no podamos decir «quiero» porque le hemos dado nuestro querer a Dios? Por ejemplo: deseamos salir: «Señor, si Tú lo quieres, saldré; si no, no, y me quedaré feliz». Si por el contrario, tenemos que salir a paseo y no tenemos ganas: «Cómo Tú lo quieres, iré feliz, pues me ayudará a amarte».
En pedirle por nuestras familias y por nosotras, decirle siempre: «Estos son los seres que quiero en Ti; Tú ves sus necesidades. Si quieres Tú, Señor, remédialas». Y quedarnos tranquilas con su divina voluntad. No pedirle nada, sino decirle «dame lo que Tú quieras». Esta es la mayor gloria de Dios, y no te niego que cuesta, pues a veces, sin darse cuenta uno, le pide; pero decirle: «no, Señor, lo que quiero, sino lo que Tú quieras».
Dime también si haces oración y cuánto rato. Examínate después cómo la has hecho y apunta las inspiraciones de N. Señor que has recibido en ella, para que las leas y no se te olviden. Cuánto te latearán mis cartas, hermanita; perdóname y reza para que cumpla lo que te he dicho, si Dios lo quiere que yo lo haré por ti.
El otro día hicimos un paseo precioso a caballo. Fuimos muy lejos, a un lugar muy pintoresco. No sabemos si mañana haremos otro a navegar en el río Loncomilla. Todo lo que veo me lleva a amar a Jesús, que lo ha hecho todo, y a glorificarlo por sus obras.