El Señor, queriendo enseñarnos la necesidad que tenemos de estar unidos a él por el amor, y el gran provecho que nos proviene de esta unión se da a sí mismo el nombre de vid, y llama sarmientos a los que están injertados y como introducidos en él, y han sido hechos ya partícipes de su mismo ser por la comunicación del Espíritu Santo (ya que es el santo Espíritu de Cristo quien nos une a él).
Los que se aferran a la vid lo hacen por la voluntad y el propósito, mientras que la la vid se aferra a nosotros por el afecto y por su ser. Movidos por nuestro buen propósito, nos hacemos íntimos de Cristo por la fe y, así, nos convertimos en familiares suyos, al obtener de él la dignidad de la adopción de hijos. En efecto, como dice San Pablo, quien se une al Señor es un espíritu con él.
Del mismo modo que el Apóstol, en otro lugar de la Escritura, da al Señor el nombre de base y fundamento (ya que sobre él somos edificados y somos llamados piedras vivas y espirituales, formando un sacerdocio sagrado, para ser morada de Dios en el Espíritu, y no existe otro modo con que podamos ser así edificados, si no tenemos a Cristo por fundamento), aquí también, en el mismo sentido, el Señor se da a sí mismo el nombre de vid, como madre y educadora de sus sarmientos.
Hemos sido regenerados por él y en él, en el Espíritu, para que demos frutos de vida, no de aquella vida antigua y ya gastada, sino de aquella otra que consiste en la novedad de vida y en el amor para con él. Nuestra permanencia en este nuevo ser depende de que estemos en cierto modo injertados en él, de que permanezcamos tenazmente apegados al santo mandamiento nuevo que se nos ha dado, y nos toca a nosotros conservar con solicitud este título de nobleza, no permitiendo en absoluto que el Espíritu que habita en nosotros sea entristecido en lo más mínimo, ya que por él habita Dios en nosotros.
El evangelista Juan nos enseña sabiamente de qué modo estamos en Cristo y él en nosotros, cuando dice: En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.
En efecto, del mismo modo que la raíz comunica a las ramas su misma manera de ser, así también el Verbo, que es el Hijo único de Dios, infunde en los santos un cierto parentesco familiar con Dios Padre y consigo mismo, otorgando el Espíritu y una santidad completa, principalmente a aquellos que están unidos a él por la fe, a quienes impulsa a su amor, infundiendo en ellos el conocimiento de toda virtud y bondad.
Comentario sobre el evangelio de San Jua