Clavados en cuerpo y alma a la cruz de Cristo

1846

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del amado Jesucristo establecida en Esmirna de Asia, la que ha alcanzado toda clase de dones por la misericordia de Dios, la que está colmada de fe y de caridad y a la cual no falta gracia alguna, la que es amadísima de Dios y portadora de san­tidad: mi más cordial saludo en espíritu irreprochable y en la palabra de Dios.

 Doy gracias a Jesucristo Dios, por haberos otorgado tan gran sabiduría; he podido ver, en efecto, cómo os mantenéis estables e inconmovibles en vuestra fe, como si estuvierais clavados en cuerpo y alma a la cruz del Señor Jesucristo, y cómo os mantenéis firmes en la caridad por la sangre de Cristo, creyendo con fe plena y firme en nuestro Señor, el cual procede verdaderamente de la estirpe de David, según la carne, es Hijo de Dios por la voluntad y el poder del mismo Dios, nació verdadera­mente de la Virgen, fue bautizado por Juan para cumplir así todo lo que Dios quiere; finalmente, su cuerpo fue verdaderamente crucificado bajo el poder de Poncio Pila­to y del tetrarca Herodes (y de su divina y bienaventu­rada pasión somos fruto nosotros), para, mediante su re­surrección, elevar su estandarte para siempre en favor de sus santos y fieles, tanto judíos como gentiles, reunidos todos en el único cuerpo de su Iglesia.

 Todo esto lo sufrió por nosotros, para que alcanzára­mos la salvación; y sufrió verdaderamente, como también se resucitó a sí mismo verdaderamente.

 Yo sé que después de su resurrección tuvo un cuer­po verdadero, como sigue aún teniéndolo. Por esto, cuan­do se apareció a Pedro y a sus compañeros, les dijo: To­cadme y palpadme, y daos cuenta de que no soy un ser fantasmal e incorpóreo. Y, al punto, lo tocaron y creyeron, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu. Esta fe les hizo capaces de despreciar y vencer la misma muerte. Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente estaba unido al Padre.

 Quiero insistir acerca de estas cosas, queridos herma­nos, aunque ya sé que las creéis.

Esmirniotas 1-4,1