«Cristo, clavado en el árbol de la cruz…, fue atravesado por la lanza y salió sangre y agua, más dulce que todo ungüento, víctima grata a Dios, expandiendo por todo el mundo el perfume de la santificación. De hecho, al hacerse hombre siendo Verbo, se impuso límites; a pesar de que era rico, se hizo pobre para enriquecernos con su miseria (Cf. 2Corintios 8, 9); era poderoso y se presentó como un miserable, hasta el punto de que Herodes lo despreciaba y se reía de él; era capaz de hacer temblar la tierra y sin embargo permanecía clavado a aquel árbol; era capaz de cubrir el cielo con las tinieblas, de crucificar al mundo, y sin embargo fue crucificado; su cabeza desfallecía y sin embargo en ese momento se manifestaba el Verbo; había sido anulado, y lo llenaba todo. Dios descendió y elevó al hombre; el Verbo se hizo carne para que la carne pudiera reivindicar para sí el trono del Verbo a la diestra de Dios; se había convertido en una herida, y sin embargo manaba de él ungüento; parecía innoble y sin embargo era Dios»