No es fácil reconocer en nosotros esta zona precisa en la que Dios nos invita a la conversión, embotamos la percepción de ello trabajando en otro punto que queremos corregir, mientras que el Señor quiere precisamente otra cosa. Teresa enseña a sus novicias a sentir y a reconocer la llamada a la conversión que Dios les dirige a propósito de tal zona de su vida. Lo hace de una manera muy sencilla, cuando sus hermanas vienen a contarle sus dificultades vividas en el instante presente. Si tropiezan en tal punto preciso, es que Dios las está trabajando en este terreno y les espera allí hoy. Deben, pues, colaborar a esta acción de Dios y favorecerla haciendo actos positivos, más que atacar arbitrariamente esta o aquella imperfección. Al mismo tiempo, captaremos a través de estos pequeños actos una experiencia personal del amor que el Señor tiene por nosotros y nos abandonaremos a él. El abandono pasa también por esta forma concreta de renunciamiento. Interrogaos ahí, aceptando el no rehusar estos actos de puro amor, sin lustre, sin brillo, como Cristo no tenía otra gloria más que la de no hacer su voluntad. Así llegaréis a ser santos y seréis felices: «No hay que buscarse a sí mismo en nada, pues en cuanto uno comienza a buscarse, al instante deja de amar» (Imit. L III, c. 5). (Lafrance J, Mi vocación es el amor).