Efectos del abandono en Dios

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El acto por el cual el hombre deja de caminar hacia Dios para abandonarse a él es puramente interior. Es una decisión de la libertad profunda de dar preferencia al pensamiento de Dios y a su acción en nosotros. Por eso el abandono proviene de «la obediencia de la fe» de la que habla san Pablo dos veces en la carta a los Romanos (1,5) y (16,26). El hombre alcanza en lo más profundo de su ser la actitud de Cristo y de todos los testigos de la fe que dicen: «Heme aquí, oh Dios, para hacer tu voluntad». Pero porque el hombre es carne y espíritu, esta decisión interior debe tomar cuerpo en un acto que significa, a los ojos de Dios y a sus propios ojos, la decisión del hombre de vivir en adelante abandonado. Importa poco la fórmula que se utilice para hacer este acto, pero hay que ponerlo en los términos que corresponden a la decisión interior. Por otra parte, el hombre, al vivir en el tiempo y en el espacio, tiene necesidad de renovar este acto, pues su libertad es fluctuante. Algunos renovarán este don cada día en la Eucaristía y otros en las grandes etapas de su vida (ejercicios, retiros, etc.). La fórmula varía según la decisión interior; lo mejor sería componer cada uno su acto de abandono como lo ha hecho Teresa a propósito del Acto de Amor. Se puede utilizar también la oración del P. de Foucauld o el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso de santa Teresa o una consagración a la Virgen. Algunos más acostumbrados a los ejercicios tomarán el «Suscipe». Es siempre preferible que sea pronunciado al final de un retiro y preparado por contemplaciones variadas que nos orienten hacia el abandono. (Lafrance J, Mi vocación es el amor).