Las faltas y las infidelidades en que todos los días caemos deben causarnos vergüenza y confusión, cuando queremos acercarnos a nuestro Señor; así, leemos que ha habido grandes almas, como Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús, que cuando caían en una falta sentían estas grandes confusiones, porque es razonable que habiendo ofendido a Dios, nos retiremos por humildad y permanezcamos confusos, como nos acontece cuando ofendemos a un amigo, que sentimos vergüenza de acercarnos a él. Pero no hay que estancarse aquí, porque estas virtudes de la humildad, de la confusión y del desprecio de sí son medios para subir hasta la unión con Dios. No sería gran cosa anonadarse y desprenderse de uno mismo (cosa que se hace por medio de los actos de confusión), si no se hiciese para entregarse del todo a Dios, como nos enseña San Pablo cuando nos dice: Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo (Col 3, 9-10). Este pequeño retroceso no tiene más objeto que abandonarse mejor en Dios por un acto de amor y de confianza. (José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)