Por Navidad celebramos un triple nacimiento. El primero y más sublime es el nacimiento del Hijo único engendrado por el Padre celestial en la esencia divina, en la distinción de las personas. El segundo nacimiento es el que tiene lugar a través de una madre, la cual, en su fecundidad, ha conservado la pureza absoluta de su castidad virginal. El tercero es aquel a través del cual Dios, todos los días y a todas horas, nace en verdad, espiritualmente, por la gracia y el amor, en un alma buena.
Por este tercer nacimiento es por el que no debe quedar en nosotros más que una búsqueda simple y pura de Dios, sin ningún otro deseo que el de no tener nada propio, con la única voluntad de ser de él, de darle cabida en nosotros de la manera más elevada e íntima, para que él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin que interpongamos ningún obstáculo. Por eso, san Agustín nos dice: «Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar». Por eso debes callar; así, la Palabra de este nacimiento podrá ser pronunciada en ti y tú podrás escucharla. No se puede servir al Verbo más que escuchándole y guardando silencio. Si tú, pues, sales completamente de ti mismo, Dios entrará todo entero; en la medida en que tú sales, él entra, ni más ni menos.