La fe, como reconocimiento de la propia impotencia y actitud que espera recibirlo todo de Dios, equivale a la actitud de un niño. El niño reconoce que carece de todo y que no sabe nada. El niño está colmado de expectativas y de fe, y cree que recibirá todo cuanto necesita. «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos», dijo el Señor (Mt 18,3). La conversión a la actitud del niño es la condición indispensable para entrar en el reino de Dios. En algún momento tendrás que convertirte en un niño, confiado, humilde, que espera todo del Señor. Si eso no sucede aquí, tendrá que suceder en el purgatorio. El estado de infancia espiritual es absolutamente indispensable, no sólo para la santificación, sino también para la salvación. El niño del evangelio lo espera todo de Dios, literalmente todo. La dimensión infantil de nuestra fe equivale a que no nos apoyemos en los cálculos normales, humanos, sino que esperemos algo que un niño calificaría de sorpresa…, de esperar un milagro. En la medida en que seas niño gozarás también de un espíritu joven. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe)