Tengo todos los beneficios, porque, como dice San Francisco de Sales, “el reparto que su divina bondad hace con nosotros es éste: nos cede el fruto de sus beneficios, y se reserva el honor y la alabanza”. “No tiene necesidad de que nosotros seamos servidores suyos”, dice San Agustín, “pero nosotros tenemos necesidad de que Él sea nuestro dueño para obrar en nosotros y poseernos. Por eso también sólo Él es verdaderamente Señor y Amo, puesto que nosotros le servimos sin utilidad para Él, tornándose toda la utilidad a nosotros y a nuestra salvación. Si Él tuviese necesidad de nosotros ya no sería totalmente Señor, puesto que Él mismo sería esclavo de una necesidad que encontraría remedio en nosotros”. He aquí el prodigio de su amor hacia mí: ha hecho todo para su gloria y para mi utilidad. (José Tissot, La vida interior)