He caído; sé que ha sido por haberme apoyado en mí, que soy como un bastón de caña cascada que al que se apoyare en él le horadará la mano y se la traspasará. En vez de asombrarme, de impacientarme y de desalentarme, como me aconseja el orgullo, debo decirme a mí mismo: está bien; esto matará mi orgullo; y en seguida debo arrojarme en los brazos de Dios, que cura inmediatamente mi herida y me devuelve, por su gracia, la bondad, la belleza y la fuerza. Hablaré a mi alma caída y le diré: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me conturbas? Espera en Dios, porque todavía hemos de cantarle alabanzas, como que Él es la salvación y la luz de mi rostro y mi Dios. De esta suerte mis propias miserias e imperfecciones quebrantarán mi orgullo y serán motivo para acercarme a Dios. (José Tissot, La vida interior)