«Disponed vuestra alma para el sosiego, ya desde por la mañana; en el transcurso del día, procurad recordarlo con frecuencia. Si tenéis alguna desazón, no os alteréis ni os aflijáis, sino que, sin perderla de vista, humillaos serenamente ante Dios y tratad de recobrar la tranquilidad de vuestro espíritu. Decid a vuestra alma: ¡Adelante!, hemos dado un mal paso, vayamos despacito y con cuidado. Y cada vez que caigáis, haced lo mismo» (Carta a una señora, 151).