Aquellos que han practicado la oración incesante nos aseguran que lo que sucede es esto: el que ha decidido invocar sin cesar el Nombre de Jesucristo o, lo que es lo mismo, rezar la Oración de Jesús continuamente, encuentra al principio, naturalmente, dificultades, y tiene que luchar contra la pereza. Pero cuanto más tiempo y más duramente se esfuerza en ello, tanto más se familiariza imperceptiblemente con esta tarea, de tal modo que, al final, los labios y la lengua adquieren tal capacidad de moverse por sí mismos, que incluso sin ningún esfuerzo por su parte ellos mismos actúan irresistiblemente y rezan la oración silenciosamente. Al mismo tiempo, el mecanismo de los músculos de la garganta se reeduca de tal modo que al rezar empieza a notar que el decir la oración es una de las propiedades esenciales y perpetuas de sí mismo, e incluso siente, cada vez que se detiene, como si algo le faltase. Y de esto resulta que su mente empieza, a su vez, a doblegarse, a escuchar a esta acción involuntaria de los labios, y resulta avivada por ello a la atención, lo que finalmente se convierte en fuente de delicias para el corazón y auténtica oración. Aquí veis, pues, el efecto verdadero y benéfico de la oración vocal continua o frecuente, exactamente a la inversa de lo que suponen quienes ni la han probado ni comprendido.(Relatos de un Peregrino Ruso)