Dedicaré cada día un cuarto de hora para renovar la consagración de mí mismo a la Santísima Trinidad. Uniré mis acciones con las de Nuestro Señor al menos veinte veces al día, y procuraré tener en ellas miras e intenciones semejantes a las suyas. Tendré, al efecto, un papelito que pincharé cuantas veces lo hubiera hecho; y por cuantas veces hubiera faltado al día, rezaré otros tantos Padre Nuestros antes de acostarme, besando la tierra a cada Padre Nuestro.
Cuando vinieren mis Hermanos a pedirme algún consejo, rogaré al Señor que se lo dé Él mismo. Si es de alguna importancia, tomaré un poco de tiempo para rogarle sobre el particular, y, cuando menos, cuidaré de mantenerme todo ese tiempo recogido en Dios, y de levantar mi corazón a Él breves momentos.