Quien vive en silenciosa soledad no sólo no vive en un estado de inactividad y ocio, sino que está activo en el más alto grado, incluso más que quien participa de la vida en sociedad. Él actúa infatigablemente de acuerdo con lo más elevado de su naturaleza racional: vigila; reflexiona; mantiene su atención sobre el estado y el progreso de su vida interior. Este es el verdadero objetivo del silencio. Y en la medida en que esto contribuye a su propio avance, beneficia a otros para quienes la sumersión sin distracciones dentro de sí mismos, para el desarrollo de su vida interior, es imposible. Pues el que vela en silencio, al comunicar sus experiencias interiores, sea de palabra (en casos excepcionales), sea poniéndolas por escrito, favorece el aprovechamiento espiritual y la salvación de sus hermanos. Y hace más, y ello de naturaleza más elevada, que el bienhechor privado, porque las caridades sentimentales de la gente del mundo están siempre limitadas por el pequeño número de beneficios otorgados, mientras que quien concede beneficios por haber alcanzado interiormente los medios probados y convincentes de perfeccionar la vida espiritual, llega a ser un bienhechor de pueblos enteros. Su experiencia y su enseñanza pasan de generación en generación, como lo vemos nosotros mismos, y de lo que nos venimos valiendo desde los tiempos antiguos hasta hoy. Y esto no difiere en ningún modo del amor cristiano; incluso lo aventaja por sus resultados.(Relatos de un Peregrino Ruso)