¿Porqué nos desesperamos?

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¿Por qué nos desanimamos? Porque exageramos nuestra flaqueza o porque desconocemos la misericordia divina; y las más de las veces, por esos dos motivos juntos. En esto, dicho sea de paso, sucede un fenómeno extraño y, no obstante, muy corriente. El pecador cae por haber ignorado su propia flaqueza y por haber exagerado la misericordia de Dios; después de la caída, renacen estos dos mismos sentimientos, pero en sentido inverso: la flaqueza adquiere a sus ojos proporciones desmesuradas, envuelve al alma como en un manto de tristeza y de confusión, que la aplasta; en cambio, Dios, a quien poco antes se ofendía con toda facilidad, presumiendo un perdón fácil, aparece ahora como un vengador inexorable. El (José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)