No he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud. En efecto, en aquel tiempo el Señor ejerció todo su poder para que en su persona se cumplieran todos los misterios que la Ley anunciaba refiriéndose a él. Porque en su pasión llevó a término todas las profecías. Cuando, según la profecía del bienaventurado David, se le ofreció una esponja empapada en vinagre para calmar su sed, la aceptó diciendo: Todo se ha cumplido. Después, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Jesús no sólo realizó personalmente lo que había dicho, sino que llegó a confiarnos sus mandatos para que los practicáramos. Aunque los antiguos no habían podido observar los mandamientos más elementales de la Ley, a nosotros nos prescribió guardar los más difíciles en virtud de la gracia y del poder que vienen de la cruz.