La fe tiene una influencia decisiva sobre la intensidad y el contenido de las oraciones. Si la fe modifica nuestra mentalidad y nos obliga a colocar a Dios en primer lugar, entonces, a medida que se desarrolle nuestra fe, nuestra oración se simplificará cada vez más. Se verá sometida cada vez más a la acción del Espíritu (cf. Rom 8,26-27), y cada vez estará más comprometida con los asuntos del Reino; «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6,33). La palabra «primero» tiene aquí una gran importancia. Se trata de que Dios sea colocado en primer lugar, y de que, sin renunciar a tus propios esfuerzos, le dejes a él la preocupación por ti mismo, y por los resultados de tu actuación, porque su voluntad es darte un amor sin límites. En tu oración, entonces, se debe realizar la llamada de Jesús dirigida a santa Catalina: «Tú piensa en mí, que yo pensaré en ti». (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe).