Os he ofendido gravemente, amable Redentor mío, pero más os ofendería si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois lo bastante bueno para perdonarme. Vuestro enemigo y el mío me tiende cada día nuevos lazos, pero será en vano, porque me hará perderlo todo menos la esperanza que tengo en vuestra misericordia; aunque cayera cien veces, aunque mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, seguiría esperando en Vos. Después de esto, me parece que no me costaría trabajo nada de lo que pudiera hacer para reparar mi falta y el escándalo que hubiera dado…, luego volvería a empezar a servir a Dios con mayor fervor que antes, y con la misma tranquilidad que si nunca le hubiese ofendido» (P. Claudio de la Colombière, Carta 89, citado en José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)