EL PEREGRINO: Yo mismo he experimentado la desesperanza a veces, en ocasiones en que he perdido la serenidad interior o cometido alguna falta. Y puesto que la oración interior del corazón es algo sagrado, y unión con Dios, ¿no es impropio y algo a lo que no hay que osar el traer una cosa sagrada a un corazón pecador, sin haberlo purificado primero por silenciosa penitencia contrita y una adecuada preparación para la comunión con Dios? Es mejor ser mudo ante Dios que ofrecerle las palabras irreflexivas de un corazón que está en la obscuridad y la confusión.
EL MONJE: Es una gran lástima que penséis así. Eso es desconfianza, que es el peor de los pecados y constituye la principal arma del mundo de las tinieblas contra nosotros. La enseñanza de nuestros experimentados Santos Padres sobre esto es muy diferente. Nicetas Stethatos dice que si has caído y te has hundido incluso hasta profundidades diabólicas del mal, aun así no debes desesperar, sino volverte rápidamente a Dios, que Él levantará con presteza tu corazón caído y te dará más fuerza de la que tenías antes. Así pues, después de cada caída y herida culpable del corazón, lo que hay que hacer es colocarlo inmediatamente en la Presencia de Dios para su cura y purificación, de igual modo que las cosas que han resultado infectas, las cuales, si son expuestas durante algún tiempo al poder de los rayos del sol, pierden la agudeza y la fuerza de su infección. Muchos autores espirituales hablan positivamente de este conflicto interior con los enemigos de la salvación, nuestras pasiones. Si recibes heridas mil veces, aun así no debes de ningún modo abandonar la actividad dadora de vida, es decir, la invocación de Jesucristo, quien está presente en nuestros corazones. Nuestras acciones no sólo no deben apartarnos de andar en la Presencia de Dios y de la oración interior, a la vez que producir desasosiego, desaliento y tristeza en nosotros, sino que más bien deben fomentar nuestra pronta vuelta a Dios. El niño que al empezar a andar es conducido por su madre, se vuelve rápidamente a ella y se agarra a ella firmemente cuando tropieza.(Relatos de un Peregrino Ruso)