En nuestra relación con Dios, todo puede ser ocasión de enorgullecemos, aun nuestros deseos de santidad, de ascesis y de oración. No hay más que una actitud por nuestra parte que no puede disimular ni imitar el Amor, es el experimentar nuestra debilidad y nuestra pobreza, «amarla con dulzura», en una palabra, tener el corazón quebrantado por el arrepentimiento, como dirá Teresa al final de su autobiografía. En el manuscrito B precisa su pensamiento: «Comprendí que mis deseos de serlo todo, de abarcar todas las vocaciones, eran las riquezas que podrían hacerme injusta. Por eso las he empleado en granjearme amigos… (Lafrance J, Mi vocación es el amor).