«Nosotros nos hacemos dioses por la carne de Cristo». Cuando el predicador o el catequista conservan en su ser el calor de la Sangre divina, y su corazón está abrasado por el fuego que consume al Corazón Eucarístico, ¡cómo vive, arde e inflama su palabra! Y ¡cómo irradian los efectos de la Eucaristía en una clase, en la sala de un hospital, en un patronato, etc., cuando aquellos que Dios escogió para directores de sus obras reanimaron su celo en la comunión, viniendo a ser verdaderos portadores de Cristo! (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)