No sabemos lo que nos conviene

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¡Yo sé tan poco! ¿Qué sé yo de las verdaderas necesidades de mi alma? ¿Qué sé yo de los remedios que le son necesarios, del alimento que le es conveniente? Mi alma, sus enfermedades, sus debilidades, sus necesidades, sus aptitudes, son otros tantos misterios para mí… Cuando yo pretendo por mí mismo curarla, cuidarla, fortificarla y levantarla, acumulo imprudencias, errores y caídas; pero Dios, ¡qué bien la conoce y cuánto la ama!… Y sus cuidados y su acción son siempre proporcionados al estado de mi alma. “Incapaz, dice San Juan de la Cruz, de elevarse por sus propias fuerzas a la altura de lo sobrenatural, Dios la mueve y la pone en ello, dando ella su consentimiento. Y así, si entonces el alma quiere obrar de suyo, de fuerza (en cuanto en sí es) ha de impedir con su obra lo que Dios le está comunicando, que es el Espíritu, porque se pone en su propia obra, que es de otro género y más baja que la que Dios le comunica, y esto sería ‘apagar el Espíritu’” (José Tissot, La vida interior)