La obra de la perfección es imposible sin los Dones, porque es imposible sin la dirección inmediata del Espíritu Santo; ahora bien, las facultades humanas no podrían recibir la moción del Espíritu Santo sin los Dones que el mismo Espíritu pone en las fuentes de nuestra actividad para que reciban su moción santificadora, para que se abran dócilmente a las inspiraciones divinas y reciban el soplo vivificante del Espíritu. ¡Oh! Los Dones del Espíritu Santo han sido tan olvidados como el mismo divino Espíritu. Con el afán de ser prácticos y de ser sólidos, muchos piensan demasiadamente en la obra del hombre y poco, muy poco, en la obra de Dios. Exaltan las virtudes, lo cual es justísimo; pero se olvidan de los dones, y esto es torpeza e ingratitud, puesto que también ellos son necesarios para la salvación y a ellos corresponde lo más fino y exquisito de la obra santificadora. ¿No será causa el olvido de los Dones de que muchas almas hagan fracasar los designios de Dios y de que otras, capaces de altísima perfección, se arrastren tristemente en la mediocridad?