Según observa San Agustín, la hermosura del orden es tal que la fealdad de la falta no puede subsistir un instante sin la belleza de la reparación . La justicia soberana tiene sus derechos, que son imprescriptibles. Sin cesar ajusta, y no puede estar sin ajustar, al orden eterno la acción de las criaturas libres. Si yo obro el bien, responde inmediatamente a mi acción con las recompensas del mérito: a medida que glorifico a Dios entro en participación de las bienaventuranzas del tiempo y de la eternidad. Si haciendo el mal niego a Dios la gloria que le debo, la justicia venga en mí en seguida el orden violado; me hago reo de la pena en la medida en que me hago sujeto de la iniquidad: la pena es el inevitable reato del pecado. La justicia, pues, me impone la penitencia como expiación del desorden de mi vida. (José Tissot, La vida interior)