Nada vale tanto como el candor de un alma inocente. Dichosos los que, semejantes a corderos sin mancha, merecen las caricias de la Virgen de las Vírgenes, una de cuyas advocaciones es la de Divina Pastora. Pero a los pecadores les queda un inmenso consuelo: confesándose dignos, por causa de sus crímenes, de estar a la izquierda del Juez, de ellos depende el recurrir confiados a María, entrar a formar parte de su rebaño y convertirse pronto en corderos. La salud es siempre más apreciada que la enfermedad; dichoso el que no necesita del médico. Pero cuando uno está enfermo, pone toda su confianza y toda su alegría en recibir los cuidados de un médico famoso y competente, en ser su cliente, en contarse entre sus enfermos. (José Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas)